Quisiera que mi voz, investida de frontera
muriese por ti,
como el amanecer sin aliento
dentro de ti,
enamorado de tus alisios y jóvenes labios.
Pero he decapitado tantas veces
mi rostro en el espejo,
que no me queda vida en la garganta
para cantarte,
para soñarte el viento azul de mis poemas.
Llevo puesta la armadura agónica de los suicidas,
como un caparazón de lágrimas indestructibles
forjado en la fragua de los amores muertos,
asesinados por el boca a boca de estos versos.
Hemos perpetrado tantas soledades
compañeras de la tormenta,
tantos dolores escritos
en los contornos de la esperanza,
tantos días consumidos por la no existencia,
que serán inservibles
los sonidos de nuestros nombres
para traer del exilio al nuevo día.
Quisiera morir con mi voz
en la selva de tus árboles desnudos,
donde el silencio pertenece al olvido,
y pasarán los inviernos sin hacerme daño
a años luz de tus venas transparentes,
donde el tiempo no tiene prisa
para recoger las cenizas de mi origen,
la hemorragia de mi palabra enamorada.
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