LEVE DAÑO
Llamaba tu temblor de crótalo a mi cuerpo,
tu espada de ceniza que abate
nuestros más fulgentes deseos,
sueños, pesadillas latentes que abarcan
el inexpugnable castillo de tus besos,
el solitario mercado troceado de tus senos.
Asolo con mis gritos el desgastado reducto,
aquel donde escondes tus más preciados anhelos,
donde ahora, en ausencia de las dunas blancas
donde cabalgaba nuestro invierno,
empaparé del frío sudor de mi deseo.
Ya no se hablan nuestras inertes miradas,
ni en el palpable aire del mutuo encierro,
ni en el caminar sin rumbo de nuestros dedos,
ni siquiera en las tazas que abandonan nuestros labios.
Que ingrata es la vacía noche sin tus ruegos,
sin tus huecas preguntas plagadas de lamentos,
un abismo intangible separa nuestro aliento,
nuestro morboso sufrir por no acariciar primero,
como detener esta inútil separación,
este constante vagar de incontables verbos,
puede ser que solo una palabra sea la que acerque
con un fugaz recelo,
esta etérea caricia a tu pelo.